¿Te suena eso de hincharte como un globo después de comer, tener gases que podrían hacer volar un zepelín y además sentirte como si tuvieras niebla en la cabeza? Puede que no estés loca, ni estresada, ni comiendo mal.
No. no es normal vivir con la barriga hinchada como un globo de feria, tener gases que podrían alimentar un dirigible y acabar cada comida con la sensación de que te han robado la energía. Esto tiene nombre y apellidos: SIBO, o en cristiano, sobrecrecimiento bacteriano del intestino delgado.
🦠 ¿Qué es exactamente el SIBO?
El SIBO (Small Intestinal Bacterial Overgrowth) es una condición caracterizada por una cantidad anormal de bacterias en el intestino delgado, donde normalmente debería haber muy pocas. En lugar de quedarse tranquilitas en el colon, donde les toca vivir, estas bacterias se cuelan en el intestino delgado y se dedican a fermentar lo que comes, produciendo gases, malabsorción y un buen desajuste intestinal (Pimentel et al., 2020).
🔍 ¿Cómo se manifiesta el SIBO? Los síntomas más comunes
Los síntomas pueden ser muy variados, y ahí está la trampa. Se camufla como colon irritable, como ansiedad digestiva o como «lo tuyo es de nervios». Pero ojo a este combo:
- Distensión abdominal al poco de comer
- Gases muy malolientes
- Diarrea o estreñimiento (o ambos)
- Eructos frecuentes
- Sensación de digestiones pesadas o lentas
- Niebla mental, cansancio postcomida
- Intolerancias alimentarias recientes (sobre todo a fructosa, lactosa o gluten)
Esos síntomas aparecen entre 30 y 90 minutos después de comer, y muchas veces vienen acompañados de fatiga crónica o alteraciones del estado de ánimo. Todo muy difuso, pero muy real (Ghoshal et al., 2017).
⏳ ¿Por qué se diagnostica tan tarde?
Porque no hay un marcador en sangre que lo confirme. Porque sus síntomas imitan a muchas otras patologías digestivas. Y porque durante años ha sido un gran olvidado.
El diagnóstico más extendido es el test de aliento (con glucosa o lactulosa), que mide la producción de gases. Pero desde consulta nutricional, una buena historia digestiva, el tipo de síntomas y su relación con la comida pueden orientarnos con bastante precisión (Rezaie et al., 2017).
🚫 Antibóticos: ¿el remedio estrella o una espada de doble filo?
Durante mucho tiempo, el tratamiento de elección ha sido la rifaximina. Es verdad que puede reducir los síntomas en el corto plazo. Pero, ¡atención! Hasta un 45% de los pacientes recaen a los 6 meses (Pimentel et al., 2011).
Y no solo eso: los antibióticos no corrigen la causa subyacente (como la dismotilidad o la hipoclorhidria), pueden alterar la microbiota general y generar resistencias si se usan de forma repetida o indiscriminada (Rezaie et al., 2017). Vamos, que pueden ser últiles, pero no son la panacea.
🌿 Entonces, ¿qué opciones tenemos desde la nutrición?
1. Dieta baja en FODMAPs
Reduce temporalmente los carbohidratos fermentables que alimentan a las bacterias en exceso. Su uso debe ser limitado a 4–6 semanas, porque si se prolonga puede afectar negativamente a la microbiota beneficiosa (Staudacher et al., 2012). Luego se hace una reintroducción gradual.
2. Dieta elemental
Una dieta líquida, con nutrientes predigeridos, que minimiza la fermentación bacteriana. Muy efectiva en casos severos, pero requiere supervisión profesional (Pimentel et al., 2004).
3. Probóticos específicos
Cepas como Lactobacillus plantarum o Bacillus clausii pueden mejorar los síntomas y ayudar a recuperar el equilibrio intestinal (Khalighi et al., 2022). No todos sirven, y deben elegirse según el perfil del paciente.
4. Prebóticos (con cuidado)
En fase activa pueden empeorar los síntomas, pero son muy valiosos en fase de recuperación para nutrir las bacterias beneficiosas (Quigley, 2011).
🔹 Conclusión desde la trinchera digestiva
El SIBO no siempre se cura con una pastilla milagrosa. Necesita una estrategia integral, personalizada y progresiva. Y desde la nutrición clínica tenemos herramientas poderosas para mejorar el síntoma, restaurar la microbiota y prevenir recaídas.
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📓 Bibliografía
Ghoshal, U. C., Shukla, R., & Ghoshal, U. (2017). Small intestinal bacterial overgrowth and irritable bowel syndrome: A bridge between functional-organic dichotomy. Gut and Liver, 11(2), 196–208. https://doi.org/10.5009/gnl15584
Khalighi, A. R., Behdani, R., & Kouhestani, S. (2022). Therapeutic role of probiotics in managing small intestinal bacterial overgrowth (SIBO). Beneficial Microbes, 13(4), 341–350. https://doi.org/10.3920/BM2021.0151
Pimentel, M., Constantino, T., Kong, Y., Bajwa, M., Rezaei, A., & Park, S. (2004). A 14-day elemental diet is highly effective in normalizing the lactulose breath test. Digestive Diseases and Sciences, 49(1), 73–77. https://doi.org/10.1023/B:DDAS.0000011605.43920.41
Pimentel, M., Lembo, A., Chey, W. D., Zakko, S., Ringel, Y., Yu, J., … & Forbes, W. P. (2011). Rifaximin therapy for patients with irritable bowel syndrome without constipation. New England Journal of Medicine, 364(1), 22–32. https://doi.org/10.1056/NEJMoa1004409
Pimentel, M., Saad, R. J., Long, M. D., & Rao, S. S. (2020). ACG clinical guideline: small intestinal bacterial overgrowth. American Journal of Gastroenterology, 115(2), 165–178. https://doi.org/10.14309/ajg.0000000000000501
Quigley, E. M. M. (2011). Prebiotics and probiotics: modifying and mining the microbiota. Pharmacological Research, 64(6), 543–548. https://doi.org/10.1016/j.phrs.2011.09.002
Rezaie, A., Buresi, M., Lembo, A., Lin, H., McCallum, R., Rao, S., … & Pimentel, M. (2017). Hydrogen and methane-based breath testing in gastrointestinal disorders: The North American consensus. American Journal of Gastroenterology, 112(5), 775–784. https://doi.org/10.1038/ajg.2017.46
Staudacher, H. M., Lomer, M. C., Anderson, J. L., & Whelan, K. (2012). Fermentable carbohydrate restriction reduces luminal bifidobacteria and gastrointestinal symptoms in patients with irritable bowel syndrome. Journal of Nutrition, 142(8), 1510–1518. https://doi.org/10.3945/jn.112.159285